lunes, 5 de abril de 2010
Las primeras huelgas (origen)
Hemos escogido los años de 1890 y 1907 como puntos de observación de la evolución
del movimiento popular en nuestro país durante la época del cambio de siglo y de la
matanza de la escuela Santa María de Iquique, por tratarse de dos momentos de gran
significado, dos hitos simbólicos de su historia.
Nuestra ponencia intentará trazar una caracterización general del movimiento popular
en ambos instantes, y entregar algunos elementos explicativos de su desarrollo entre esas
fechas.
El panorama que se proyectará no será tarapaqueño sino nacional (con el riesgo de
etnocentrismo que ello implica), lo cual subraya su carácter general y la necesidad de
contar con estudios monográficos que permitan avanzar en la construcción de una visión
más rica y detallada que, dando cuenta de las diferencias regionales y locales, las integre en
una perspectiva de conjunto nacional.
EL MOVIMIENTO POPULAR HACIA 1890
Hacia 1890, año de la primera huelga general en la historia de Chile -la “huelga grande”
de Tarapacá, Antofagasta y Valparaíso- el movimiento popular ya había iniciado un
proceso de transición, que los acontecimientos de ese año pusieron de relieve2.
Hasta entonces la columna vertebral del movimiento de los trabajadores había estado
conformada por artesanos y obreros urbanos calificados. Los carpinteros, ebanistas, sastres,
zapateros, cigarreros y tipógrafos constituyeron la vanguardia social popular. Sus
reivindicaciones más persistentes fueron, a lo largo de todo el siglo: el proteccionismo a la
* Artículo elaborado en el marco del proyecto FONDECYT N°1980725. Una versión preliminar fue presentada
en el Congreso de Historia Regional, celebrado en Iquique en noviembre de 1997.
** Doctor en Historia, Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, profesor de la Universidad
de Chile, Director del Magíster en Historia y Ciencias Sociales de la Universidad ARCIS. Correo electrónico:
sgrez@vima.tie.cl
2 Sobre este movimiento, ver Sergio Grez Toso, “La huelga general de 1890”, en Perspectivas, N°5, Madrid,
1990, págs. 127-167 y De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica
del movimiento popular en Chile (1810- 1890), Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos
y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana- Red Internacional del Libro, Colección Sociedad y
Cultura, 1998, vol. XIII, págs. 705-759; Julio Pinto Vallejos, “1890: un año de crisis en la sociedad del salitre”,
en Cuadernos de Historia, N°2, Santiago, 1982, págs. 77-81; Mario Zolezzi, “La gran huelga de julio de 1890
en Tarapacá”, en Camanchaca, N°7, Iquique, invierno- primavera 1988, págs. 8-10; Enrique Reyes Navarro,
“Los trabajadores del área salitrera, la huelga general de 1890 y Balmaceda”, en Luis Ortega (editor), La
guerra civil de 1891. Cien años hoy, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, Departamento de Historia,
1993, págs. 85-107.
2
“industria nacional” y la reforma o abolición del servicio militar en la Guardia Nacional,
que pesaba exclusivamente sobre los trabajadores. Las organizaciones sociales en las que se
aglutinaba este movimiento eran: las mutuales, cooperativas, sociedades filarmónicas de
obreros, cajas de ahorro, escuelas de artesanos y otras que venían desarrollándose desde
mediados de siglo, como expresión del proyecto de “regeneración del pueblo” preconizado
por los igualitarios en 1850 y por las generaciones posteriores de militantes populares. Un
ideario de progreso, ilustración, mejoramiento material, intelectual y moral de los
trabajadores a través de la práctica del socorro mutuo, la educación, el ahorro, las
diversiones sanas e ilustradas, era el elemento central del ethos colectivo del movimiento
popular organizado. Y en el plano político, la adhesión inicial a los ideales del liberalismo
había dado paulatinamente paso a una corriente sui generis de liberalismo popular, que
progresivamente había tendido a distinguirse y luego a separarse del liberalismo de las
elites dirigentes. La vía de las reformas graduales, que apuntaba a la transformación del
régimen liberal en sistema democrático, aprovechando las libertades existentes para
ponerlas al servicio de los intereses de los trabajadores, llevó a los militantes populares a
romper con el liberalismo ”de frac y corbata” y a organizar en 1887 una representación
política independiente: el Partido Democrático.
Pero este movimiento vivía, como hemos señalado, una etapa de transición. Desde
comienzos de los años ochenta despuntaban una serie de elementos nuevos que estaban
relacionados con el paso desde una economía tradicional, en muchos aspectos
precapitalista, a la era del capitalismo industrial. Las huelgas y protestas en el norte
salitrero y en los principales centros urbanos habían proliferado emergiendo con fuerza
reivindicaciones típicamente obreras, como las relativas a salarios y condiciones de trabajo.
Un reflejo en el plano organizativo de esta evolución del movimiento popular, desde una
política de “cooperación” hacia una de confrontación, fue la afirmación de las funciones
sindicales, esto es, reivindicativas, de las mutuales (especialmente en las de tipógrafos), y la
aparición -desde los años setenta- de las primeras estructuras de índole protosindical,
coordinaciones de huelga que actuaban junto o al lado de las sociedades de socorros
mutuos, en los conflictos laborales. En el ámbito político, la corriente liberal popular
evolucionaba decididamente hacia una mayor diferenciación con el liberalismo de las elites,
primero, y luego hacia la ruptura, expresada, finalmente, en la fundación del Partido
Democrático a fines de 18873.
La huelga general de 1890 fue un punto de quiebre, una fractura histórica de
considerable magnitud en el seno del movimiento popular, a la vez que un hito simbólico
que brinda un excelente punto de observación de los procesos que se encontraban en curso.
La “huelga grande” de 1890 marcó -de manera sangrienta- la entrada en la escena social de
la moderna clase obrera, en vías de formación en las explotaciones mineras, los puertos y la
industria fabril. Esta huelga permite apreciar el creciente protagonismo de los mineros,
3 Un amplio desarrollo de estos temas en Grez, De la “regeneración del pueblo...”, op. cit., passim. Véase
también, del mismo autor: “La trayectoria histórica del mutualismo en Chile (1853- 1990)”, en Mapocho,
N°35, Santiago, primer semestre de 1994, págs. 293-315; “Los artesanos chilenos del siglo XIX: Un proyecto
modernizador-democratizador”, en Proposiciones, Santiago, agosto de 1994, págs. 230-235; “Los primeros
tiempos del Partido Democrático chileno (1887-1891)”, en Dimensión Histórica de Chile, N°8, Santiago,
1991, págs. 31-62 y “Balmaceda y el movimiento popular”, en Sergio Villalobos R. et al., La época de
Balmaceda, Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de
Investigaciones Diego Barros Arana, 1992, págs. 71-101.
3
trabajadores portuarios y obreros industriales, el papel de vanguardia que irían ocupando
progresivamente desde esa época.
Pero la sustitución de los liderazgos fue lenta, no sólo porque los antiguos sujetos
protagónicos no desertaron pura y simplemente de la lucha social sino, también, porque los
nuevos actores vivían una etapa transicional. La transformación del peonaje colonial en
proletariado aun no había terminado y la persistencia de relaciones laborales con fuertes
resabios precapitalistas (pago en fichas-salario, regalías, castigos físicos) y la mentalidad
que ello engendraba, tanto en los patrones como en los trabajadores, son claros indicios de
que la metamorfosis del peonaje en proletariado no había concluido. Cierta ambigüedad
caracterizaría durante todo un período a la vanguardia emergente: el espontaneísmo, el
“primitivismo” de sus protestas, los métodos premodernos de lucha persistirían durante
algunos años (la huelga general de 1890 tuvo bastante de esto), pero el propio desarrollo del
modo de producción capitalista, el avance de las ideologías de reforma y redención social
en el seno de las clases laboriosas, y los esfuerzos conjugados de la elite y del Estado,
aceleraron la mutación cultural de los trabajadores proletarizándolos, alejándolos de su
origen peonal.
Un resultado de estas transformaciones fue la adopción por parte del nuevo actor –el
proletariado- de algunos de los ideales y de las formas de organización y lucha de la antigua
vanguardia, cuestión sobre la que volveremos al examinar la situación del movimiento
obrero y popular en la época de la “huelga grande” tarapaqueña de 1907.
En la huelga de 1890, por último, los fenómenos de desencuentro entre la vieja
vanguardia y la emergente avanzada social proletaria, también tuvieron su correlato en el
plano político. El Partido Democrático no impulsó el movimiento ni intentó darle
conducción; se desligó de la violencia de los huelguistas, guardó silencio y se limitó a pedir
al Presidente de la República la adopción de medidas para aliviar la angustiosa situación
económica por la que atravesaban los sectores populares. El Partido Democrático
representaba prioritariamente a los obreros y artesanos urbanos calificados y a algunos
estratos de la intelectualidad de las capas medias; su presencia entre los mineros, obreros
fabriles y portuarios todavía era ínfima o nula. En su programa se refleja una ausencia casi
total de reivindicaciones propiamente proletarias como las relativas a salarios y condiciones
laborales. El desencuentro entre los demócratas y los huelguistas de julio correspondía
también a la estrategia de incorporación del joven partido al juego político institucional. La
huelga general de 1890, puso de manifiesto el desface entre la organización política de
vanguardia de la vieja columna vertebral del movimiento popular y los nuevos actores -
proletarios- emergentes.
El período que medió entre esta primera huelga general y la de 1907, profundizó y
matizó algunos de estos fenómenos y provocó el surgimiento de otros.
EL MOVIMIENTO OBRERO Y POPULAR HACIA 1907
En grandes rasgos podríamos señalar la consolidación de la nueva vanguardia social
(obrera) y de sus reivindicaciones específicas (salariales y laborales). Asociado a este
fenómeno había surgido desde el cambio de siglo como primeras formas de organización
sindical, las sociedades de (o en) resistencia, animadas por militantes anarquistas. Hacia la
misma época nacieron las mancomunales como entidades que tendieron a combinar la
actividad reivindicativa o sindical con aquéllas más tradicionales de tipo mutualista y de
4
educación y recreación popular. En realidad, el fenómeno mancomunal era la expresión de
cierta indiferenciación de funciones en el seno de muchas organizaciones sociales. Las
fronteras entre el sindicalismo y el mutualismo no eran netas: las mutuales siempre habían
impulsado movimientos reivindicativos de los trabajadores, especialmente desde la década
de 1870, en gremios como los tipógrafos y cigarreros. El fenómeno se acentuó de tal
manera que durante los primeros años del siglo XX, en ciertas ciudades las sociedades de
socorros mutuos o sus instancias de coordinación, seguían siendo las organizaciones más
aptas para convocar al conjunto del pueblo llano a movilizaciones para defender sus
intereses. Fue el Congreso Social Obrero -conglomerado de mutuales- quien convocó a la
“huelga de la carne” en Santiago en octubre de 1905 e hizo, a comienzos de 1908, un
llamado a la huelga general para protestar por la masacre de la escuela Santa María. La
mutualidad no era ajena, por lo visto, a la protesta y a la reivindicación social. Aparte de la
imbricación de funciones, también contribuía a oscurecer la línea de demarcación entre el
mutualismo y el naciente sindicalismo el cambio de perfil de algunas organizaciones. El
ejemplo más claro por esos años fue el de la Federación Obrera de Chile (FOCH), creada en
1908 como una mutual de los obreros ferroviarios, pero que terminó convertida en un
organismo nucleador de las entidades sindicales bajo influencia del Partido Obrero
Socialista (POS), fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren4.
En general, hacia la época de la “huelga grande” de 1907 no puede hablarse de
“reemplazo” o “sustitución” de un tipo de asociación por otras, sino de una mayor variedad
de organizaciones sociales populares. A las antiguas instituciones (mutuales, filarmónicas
de obreros, escuelas nocturnas de artesanos, cajas de ahorro, cooperativas, logias de
temperancia), se sobreponen las nuevas (sociedades en resistencia, mancomunales, ateneos
obreros, centros de estudios sociales, etc.), haciendo más variado y complejo el panorama
del societarismo de las clases laboriosas.
Pero, más allá de lo organizativo y de las funciones asumidas por las agrupaciones
populares, conviene subrayar el creciente protagonismo obrero y la mayor importancia que
van cobrando las doctrinas de redención social como el anarquismo y el socialismo. En el
fondo, las mutuaciones políticas, culturales e ideológicas en el seno del movimiento obrero
y popular, hacia 1907 ya habían provocado un cambio de su ethos colectivo. Si hasta fines
del siglo XIX, la cultura, el proyecto y el ethos colectivo del movimiento popular organizado
podía sintetizarse en la aspiración a la “regeneración del pueblo”, hacia la época del baño
de sangre de la escuela Santa María, el movimiento obrero ya enarbolaba la consigna más
radical de “la emancipación de los trabajadores”. En el plano directamente político, la
evolución había sido muy compleja y contradictoria, ya que la ruptura inicial con el
liberalismo oficial que había representado la fundación del Partido Democrático, se había
visto matizada pocos años más tarde por su plena cooptación por el sistema parlamentarista
a través del ingreso de los demócratas a la Alianza Liberal en 1896. La situación del Partido
Democrático se había hecho aún más compleja ya que en contraposición en su
incorporación al juego político de la Republica Parlamentaria, habían surgido en su seno
tendencias más radicales (socializantes y anarquizantes), que eran la expresión del
descontento de una significativa fracción de la base, base social que se había desarrollado
diversificándose incorporando a mayores contingentes proletarios. Y, aunque las fronteras
entre las tendencias anarquistas y socialistas fuera del propio Partido Democrático tampoco
eran claras hacia el cambio de siglo, al cabo de los diecisiete años transcurridos entre 1890
4 Grez, “La trayectoria histórica...”, op. cit., págs. 307 y 308.
5
y 1907, puede hablarse globalmente de una inclinación hacia la “izquierda” del movimiento
popular. Cuando se produjo el holocausto de la escuela Santa María este proceso no había
terminado, ya que un hito importante ocurriría, como ya lo indicamos, pocos años después
al fundarse el Partido Obrero Socialista.
Los elementos señalados, tanto en el plano de las organizaciones sociales como
políticas del mundo popular, nos indican que los procesos se encontraban a medio camino.
Tal vez porque la propia transición laboral no había concluido, como lo prueba la gran
coincidencia entre las principales reivindicaciones levantadas por los huelguistas de 1890 y
de 1907: término de la ficha-salario y de los abusos cometidos en las pulperías de las
oficinas salitreras, exigencia de pago de sus remuneraciones en plata o en billetes no
desvalorizados, demanda de seguridad laboral en las faenas para evitar los accidentes del
trabajo, especialmente en los cachuchos, establecimiento de escuelas, etcétera5.
La persistencia de las mismas reivindicaciones arroja luces acerca de la lentitud con que
la elite tomó conciencia y reaccionó frente a la “cuestión social”. Si bien se percibía un
mayor reconocimiento de la existencia de problemas sociales y se habían adoptado algunas
tímidas medidas como el voto de la Ley de Habitaciones Obreras y la creación de la Oficina
del Trabajo, ambas en 1906; en general prevaleció el endurecimiento y la respuesta
represiva frente a las demandas de los trabajadores: la huelga portuaria de Valparaíso
(1903), la “huelga de la carne” de Santiago (1905), la huelga general de Antofagasta (1906)
y la “huelga grande” de Tarapacá (1907), fueron ahogadas en sangre por la policía y las
Fuerzas Armadas. La mayor severidad de la represión era otro elemento diferenciador con
la situación anterior a 1890, que también acarrearía cambios en el perfil del movimiento
obrero y popular.
CONCLUSIÓN
Entre la huelga general de 1890 y la de 1907, las transformaciones sufridas por el
movimiento popular eran importantes. La emergencia de una nueva vanguardia (obrera) y
de nuevas reivindicaciones y organizaciones populares se había visto acompañada de una
diversificación de la representación política de estos sectores, tanto por la aparición de la
corriente anarquista como por la manifestación de tendencias socialistas dentro y fuera del
Partido Democrático. La mutación del ethos colectivo del movimiento tenía mucho de
sincretismo, de mezcla de lo viejo con lo nuevo: la lucha por “la emancipación de los
trabajadores” recogía del ideario de la “regeneración del pueblo” su prédica moralizadora,
el racionalismo, la confianza en el progreso y la civilización, el proyecto de ilustración.
Eduardo Devés tiene razón al hablar de una “cultura obrera ilustrada” en tiempos del
Centenario6, pero me parece necesario subrayar los evidentes puntos de continuidad con la
cultura societaria popular del siglo XIX. La idealización de la ciencia y de la técnica, el
carácter eminentemente urbano y legalista del movimiento, el uso de la prensa como arma
5 Véase el cuadro comparativo de las peticiones obreras de 1890 y 1907, elaborado por Sergio González
Miranda, Hombres y mujeres de la pampa: Tarapacá en el Ciclo del Salitre, Iquique, Taller de Estudios
Regionales, Ediciones Especiales Camanchaca, N°2, 1991, pág. 52.
6 Eduardo Devés V., “La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno al sentido de nuestro
quehacer historiográfico”, en Mapocho, N° 30, Santiago, segundo semestre de 1991, págs. 127-136 y Los que
van a morir te saludan. Historia de una masacre. Escuela Santa María de Iquique, 1907, 2a edición,
Santiago, Ediciones Documentas- Nuestra América Ediciones- América Latina Libros, 1989, págs. 203-209.
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